SOLEDAD PASTORUTTI |
“Soy una mamá muy protectora... toda una leona” |
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A cuatro meses de ser madre, la cantante ícono del folclore presenta a su hija Antonia. Enamorada de su esposo, Jeremías Audoglio, cuenta cómo es la experiencia de ser primerizos y sus deseos de criar a la pequeña en Arequito. Incluso se anima a soñar que, si llegara a ser cantante, “moriría por hacer un dueto con ella”. |
Y es que tengo la sospecha de que vas a dar a luz una niña hermosa como tú”. (Juan Luis Guerra, de la canción Rompiendo fuente)
El 10 de junio –a las siete y media de la noche–, nació Antonia Audoglio Pastorutti (hoy, cuatro meses) y con ella también nació una madre, Soledad Pastorutti (30). Un encuentro que llevó 16 horas de trabajo de parto y que se resolvió en una cesárea a último momento. Desde esa presentación, ambas se reconocieron diferentes. Una enfrentó a la vida; la otra comprendió su sentido.
Su marido, Jeremías Audoglio (32), vivió desde la emoción y “el sufrimiento” ese momento en la sala de partos. Hoy lo recuerda con humor: “Los que me conocen no pueden creer que haya estado presente en el nacimiento, porque soy medio pavo y me descompongo cuando veo sangre. Es cierta la frase que dice que ‘un hijo paga todo’. ¿Quién no se emociona en un momento así? Fue increíble. Cuando nació Antonia, el obstetra, Federico Binner, me dijo que levantara la cabeza para que no me impresionara y me tuvieran que atender a mí... Por suerte no pasó nada malo”.
A las ocho y media de la noche de ese 10 de junio, la gente empezó a darle la bienvenida a la pequeña con muestras de afecto. En la puerta del Sanatorio de la Mujer, en Rosario, cientos de fans se acercaron para dejar sus tarjetas, carteles, regalos y ramos de flores. En Arequito, la noticia deseada repercutió incluso en el jardín de infantes Merceditas de San Martín (donde la Sole asegura haber sido “la primera promoción”) que, sin perder el tiempo, le regaló el guardapolvo a la espera de su llegada.
Ahora Antonia duerme la siesta. Soledad la mira con emoción. Nosotros procuramos no hacer ruido, mientras encendemos el grabador para aprovechar los pocos minutos que tiene esta flamante mamá para contarnos su “nueva y maravillosa vida”.
–Decidiste no tomar ni un respiro antes de ser madre y después de tener en brazos a Antonia... ¿Tanto te fascinan la música y el público?
–Estuve de gira hasta la última semana del embarazo. ¡Una locura total...! Pero no me iba a perder el Bicentenario ni le iba a negar a la nena la posibilidad de escuchar buena música desde la panza.
–¿Cómo te ves como mamá?
–Nunca pensé que iba a estar preparada para la maternidad. Evidentemente, hay algo en la naturaleza humana que se despierta en determinado momento y te convierte en alguien que desconocías. Y eso fue lo que me pasó a mí. Los que me conocen siempre me definen como una persona muy soñadora, idealista, que vive bromeando... Todavía no caen en la cuenta de que yo sea madre... Siempre me tuvieron como la chiquilina del grupo, pero los sorprendí. Igual, te aclaro que Dios me mandó una hija buenísima.
–Toda primeriza tiene miedos irracionales. Contame los tuyos.
–Antonia duerme muy bien, pero vivo levantándome a la noche. Le miro el pechito a ver si respira, controlo que la manta no la cubra o si tiene el chupete... En fin. Igual, el pediatra me define como una madre canchera, porque no vivo llamándolo. Trato de que las cosas sean naturales. En la humanidad existieron muchas madres e hijos y si bien es un gran cambio en la vida, ser madre es algo natural. Así que lo que yo desconozco, mi hija lo completa y me lo enseña.
–¿La lactancia la cancherean las abuelas y la padecen las madres? –Ja, ja, ja... El momento de darle el pecho a la beba es un mimo y un reencuentro muy íntimo. El problema es que Antonia cada vez me está exigiendo más y yo no llego a cubrir su cuota, ja, ja, ja... ¡No le soy suficiente! Por eso le estoy dando cada día más fórmula. Además, como volví a trabajar al poco tiempo, traté que la transición fuera lo menos traumática para ambas. Así que, como la beba iba a estar al cuidado de mi mamá, fui alternando de a poco pecho y fórmula.
–¿Lo incluís a Jeremías en esta relación, o él quedó afuera?
–Ja, ja, ja... Sí, trato que las mañanas sean nuestras. Ahí es cuando más nos disfrutamos los tres. Peeero... cuando él se vaaaa... ¡la gorda viene conmigo a la cama grande!
–Eso está mal...
–(Hace un silencio y busca la excusa perfecta) Pero está acostumbrada a dormir en el micro, en el avión, en un catre... Tengo esa ventaja, que es su adaptación a mi ritmo de vida. ¿Me vas a decir que no es hermoso verla despertar? Encima, es de esas nenas que se levantan balbuceando y con los ojos bien grandes.
–Por lo que veo, la beba se sumó a la pareja y no fue al revés.
–Nuestro estilo de vida es difícil. Incluso para la pareja. Si antes no encontrábamos un momento para estar juntos, ahora todo es más complicado. Igual, la llevamos muy bien. No nos podemos quejar. En realidad, Jere no se queja de nada. Soy yo la que exige siempre mucho más de los demás. El me conoció así. Soy una mujer de todos los frentes. Y aunque me cueste, sé que no puedo ser la súper mama, la súper esposa, la súper hija. Yo soy una polvorita y ellos son más pachorros.
–¿Lograste establecer una rutina?
–¡Jamás! Todos mis días son diferentes. Soy muy inquieta. Aunque tengo algunas actividades fijas: hago los mandados, paseo con mi mamá, voy al canal, me dedico a las tareas de la casa. Y, de las otras, grabo un comercial, doy un recital, hago entrevistas. Con Antonia sigo una costumbre a la hora de la novela: la baño. Trato de hacerlo tarde, porque mis horarios son muy variables. Pero, a las doce, está en la cuna.
–Imagino que con la llegada de la beba cambiaron los olores de tu casa...
–¿Sabés que sí? Muy pocos se dan cuenta de ese tipo de detalles. Mis cuñadas me dicen: “Hay olor a Antonia”. Para mí los olores forman parte de los recuerdos. Ya sea por cómo cocinaba tu mamá o tu abuela, los lugares que frecuentabas de chico, el colegio... Eso es algo que heredé de mi mamá. Cuando nos despertábamos con mi hermana, ella venía en pijama y en el abrazo nos olía todas y nos llenaba de besos. Yo hago lo mismo. No importa cómo llegue del trabajo, me tiro encima de Antonia y la huelo y la beso toda. Me gustan sus quesitos en el pie, los bostezos... Es una demostración de amor heredada de mi mamá.
–Ser un referente de la música te expone como figura pública. ¿Es fácil mantener un límite en lo privado?
–Siempre pienso en el qué dirán. Presentar a mi hija me llevó a llamar a toda la familia por ambos lados para buscar su aprobación. Algunos me decían: “¿Por qué no, si es hermosa...?”. Los menos –y que mucho no cuentan– tal vez se opongan a que abra esta puerta a mi intimidad. Pero la gente me sigue como soy. Me considero una artista popular y, más allá de la música, siempre fui muy sincera y coherente con lo que digo y hago. El que me quiere así, bárbaro... y el que no, nunca me querrá. La gente me acompañó cuando era adolescente, en mi casamiento, en el embarazo, en el nacimiento de mi hija...
–Igual, te permitiste tu tiempo de reflexión para presentar a Antonia en sociedad.
–Sí, porque no me siento tan importante como para que cubran estos momentos de mi vida. Con la nena me considero una madre leona. Me cuesta compartirla. Vivo en contacto con la gente desde los autógrafos, las fotos, los besos... Creo que es muy chiquita todavía para exponerla a esas cosas. No soy alarmista, pero trato de protegerla. Yo me banco lo que venga, pero no significa que ella tenga que pasar por lo mismo. Los que me quieren la van a ver a mi lado siempre, y van a disfrutarla en las fotos. Ojo... No la voy a llevar como estandarte para ir más rápido en la cola del supermercado, ja, ja, ja.
–¿Qué valores querés transmitirle?
–Con Jere vamos a enseñarle los valores que a nosotros nos enseñaron. No sé si serán los correctos, pero así nos criaron. Uno tiende a pensar que lo que hace es lo que está bien, pero sé que me puedo equivocar. Lo que se ve es real. Soy una mujer muy feliz junto a su marido, que disfruta de su hija, pero si algún día cambia eso no quiero que venga alguien a decirme: “me decepcionaste”.
–¿Cómo definirías tu relación con Antonia?
–Intensa. Hay veces que no me ve por varias horas y me siento culpable. Ahí es cuando pienso en cómo me recibirá... y siempre lo hace con una sonrisa. Ahora mi beba está en una etapa en la que me adora. Aunque tengo la ayuda de las tías, las abuelas y todos los familiares, no soy una madre cómoda: me gusta cambiarle los pañales, bañarla, jugarle... ¡Hacerlo todo yo!
–¿Sos la mediadora de la guerra entre abuelas?
–La Negra, la madre de Jeremías, sufre más porque la ve menos. Pero cuando estamos en Arequito le digo a Antonia “vamos de la abu”, y partimos a visitarla felices de la vida. Yo se la dejo sin problemas. Además, no quiero que sea la nieta de Buenos Aires.
–Antonia nació en una casa donde se respira música. ¿Te daría placer que fuera cantante?
–(Suspira) Falta... pero me encantaría.
–¿No te preocupa que sufra la presión de que, lógicamente, la comparen con vos?
–Los chicos tienen que tener personalidad y una autoestima alta. No creo que a Antonia le importe. Es lo mismo que viví con mi hermana. Las dos fuimos presas de la comparación. ¿Vos creés que le preocupó? Ni un poco.
–¿Te animarías a un dueto con Antonia?
–(Sonríe) ¡Me muero si llega ese día! Cuando estamos en casa ya cantamos juntas. Ella a su manera me da algunos agudos y yo la acompaño.
Por Romina Redl y Fiorella Spitaleri. Fotos: Santiago Turienzo y Archivo Atlántida.
FUENTE:
Revista Gente.